El poderoso efecto de la gratitud.
Mostrar gratitud es una buena manera básica y práctica. Decir “gracias” después que alguien nos haya servido debería ser tan natural como respirar. Como la propina que le dejamos a la mesera en un restaurante, es lo correcto. Cuando un niño ofrece un “gracias” oportuno a un adulto, sorprende a todos. Sin importar cuán joven, el gesto cortés trasciende edad y sabiduría y se gana el respeto de sus mayores; por un momento el niño es su igual. Resulta un pensamiento sorprendente el darnos cuenta que aquello pasa en respuesta a una simple frase, “gracias”.
Mostrar gratitud es una buena manera básica y práctica. Decir “gracias” después que alguien nos haya servido debería ser tan natural como respirar. Como la propina que le dejamos a la mesera en un restaurante, es lo correcto. Cuando un niño ofrece un “gracias” oportuno a un adulto, sorprende a todos. Sin importar cuán joven, el gesto cortés trasciende edad y sabiduría y se gana el respeto de sus mayores; por un momento el niño es su igual. Resulta un pensamiento sorprendente el darnos cuenta que aquello pasa en respuesta a una simple frase, “gracias”.